BUENA DOCTRINA

UN TEXTO DE RAFAEL GAMBRA SOBRE LA ACCIÓN Y LA CONTEMPLACIÓN

“El predominio de la acción sobre la contemplación ha llevado a la modernidad a poseer un concepto -y una imagen- muy distinta del saber que la poseída por edades anteriores. Cabe reflexionar sobre el contraste que media entre la simbolización plástica del sabio -o del pensar humano- en el hoy y en el ayer.

800px-El_pensador-Rodin-Caixaforum-2Podríamos tomar como representación típica de la actividad intelectual en la modernidad a la conocida estatua de Rodin «El Pensador». Un hombre desnudo-desnudo de todo símbolo y pre-concepto- «problematiza» con gesto concentrado, mirando hacia la tierra, torturándose y aun retorciéndose sobre sí mismo como si su eterno análisis multiplicara sin límite la profundidad y extensión de los problemas. La civilización cristiana nos legó en cambio, la imagen típica del “santo doctor», a cuyo esquema se han ajustado tanto cuadros e imágenes de San Agustín, de San Isidoro, de Santo Tomás, etc. El sabio aparece en ellos rodeado de libros o manuscritos, tal vez con la pluma en la mano pero su mirada se dirige a lo alto y, como coronación de su esfuerzo, un rayo de luz desciende sobre su mente, o las tinieblas se descorren ante una visión celestial, o su rostro aparece iluminado con la fruición serena y bienaventurada de quien ha alcanzado un atisbo de la verdad suprema.

st-augustine-3La contemplación no se encamina por sí misma a la acción ni es función de ésta, sino que, por el contrario, es la acción-la vida activa-la que sirve y se encamina (objetivamente) a la contemplación.

El racionalismo moderno-y la civilización que ha inspirado- ha transformado esencialmente esa jerarquía natural que lleva de la acción a la contemplación, de lo temporal a lo intemporal, de la contemplación natural a la disponibilidad de la sobrenatural. La ruptura se inició en el ya lejano nominalismo pre- renacentista que declaró inasequible para la razón el orden metafísico y el religioso, reservando éste exclusivamente a la fe. El saber tendrá así como único objeto, en boca de Francisco Bacon, la previsión de fenómenos y el dominio de la naturaleza. El protestantismo relegará la religión a la intimidad de la conciencia en una libre vivencia de la fe, y, más tarde, el modernismo hará de la fe un mero un sentimiento matizado por las cambiantes necesidades espirituales y materiales del hombre. Hegel y Marx, en fin, proclamarán el primado de la acción y la evolución intrínseca del pensamiento y de la verdad.

Pero esta gran subversión espiritual que sitúa al saber al servicio de la acción y niega el sentido de la contemplación no hubiera sido posible sin una paralela subversión del ámbito humano en que el espíritu fructifica y del templo que acoge e inspira la contemplación de las cosas sagradas. Ese ámbito, que era la Cristiandad o sociedad cristiana, ha sido minuciosamente desmontado por la Revolución que triunfó en Europa entre 1789 y 1833. Su esquema ideal era el de una sociedad exenta de inspiración religiosa-laica- y libre de cuerpos o instituciones vinculadores- individualista-. Las creencias, los imperativos morales, las costumbres, fueron combatidos como “prejuicios» (hoy, “alienaciones”), al paso que una sociedad extrínseca, funcionalizada hacia el bienestar terreno y la democracia, era glorificada como la meta del progreso humano.

Ya_no_basta_con_rezar-586543764-largeA nuestra época estaba reservada, sin embargo, la consumación de este proceso al llegar en ella la subversión hasta la cumbre del Templo que aún coronaba incólume la Ciudad resquebrajada y estéril. En este tiempo nuestro hemos visto a los sacerdotes y guardianes del Templo santo incorporarse a la turba de los incendiarios de la ciudad y emplearse sin freno en la demolición del patrimonio sagrado que ellos recibieron como depósito y como función. Y así los vemos hoy afanarse en la «desmitificación” de la fe, en la “desacralización” del culto y otras empresas contradictorias, como al mismo tiempo que definen la religión y la Iglesia como «un servicio a la Humanidad”.

(“Sentido cristiano de la acción”, Verbo, año 1973, Serie XII, Núm.119-120)

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